Es la personificación de los diversos inconvenientes y peligros que podemos encontrarnos a la hora de resolver un enigma. No todos los misterios cuentan con un astuto Moriarty, un taimado Fu Manchú o un terrible Hannibal Lecter, pero todos ellos nos recuerdan que en el camino hacia la resolución de un problema hay que estar preparado para que, a las dificultades propias de la búsqueda, se sumen indeseables sorpresas que pondrán a prueba la perseverancia del investigador más ilusionado.
Y no es lo peor tener un enemigo declarado al que haya que adelantarse, más perjuicio pueden causarnos un espía infiltrado o un rival que nos siga los pasos de cerca o un miembro del grupo que no cumpla con su tarea, por no hablar de nuestras propias pasiones: codicia, miedo, afán de protagonismo, desánimo, prisa…
Hay que pensar que siempre vamos a encontrar obstáculos y que nada grande se hizo sin un gran esfuerzo. El que resuelve, el que descubre, el que llega al final, es aquel a quien las circunstancias adversas no consiguieron hacer que abandonase, seguramente también porque en el camino fue encontrando un gran gozo y diversión que hicieron satisfactorio recorrer el laberinto.