El chiste, el buen chiste, es un producto excepcional del entendimiento humano. Uno sólo tiene la capacidad de hacernos pasar de un estado de calma a otro de sobre-excitación nerviosa ligada a la alegría en un espacio de tiempo mínimo. Y todo ello sin tocarnos, ni ingerir nada: sólo con el uso de la palabra… ¡fascinante!
Reflexionar sobre el chiste ha llevado a pensar que su función es ridiculizar y afear algunas conductas humanas, pero también dar cabida en nuestro entorno a personajes y situaciones de los que no solemos hablar en público o incluso desvelar las inquietudes de nuestro inconsciente.
Un chiste nunca nos deja indiferentes y hasta podríamos catalogar a las personas por su actitud ante el chiste: están quien no coge uno, quien los olvida todos, quien los destroza cuando los cuenta, quien se sabe mil, quien siempre tiene el último preparado, quien te pide que le cuentes otra vez el que le hizo tanta gracia, quien se los ríe todos, quien borda los de un tema en concreto, …
Con niños y jóvenes decir que se va a contar un chiste es un método estupendo para poner silencio pues la expectación que genera y el deseo de reír, se imponen sobre cualquier otra cosa que entretuviese su atención. Por otra parte el chiste necesita al grupo y su contexto para volcar todo su potencial y cuando resulta exitoso puede convertirse en una seña de identidad del mismo, razón por la que puede llegar a ser tan importante.
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