Recuerdo una escena de la película «Los dioses deben estar locos», creo que era la segunda parte, en la que unos niños bosquimanos caen a un camión cisterna y se vuelven locos de contentos al verse envueltos por tanta agua.
Claro que estos niños vivían en el desierto y no salían de su sorpresa ante experiencia tal, pero es que a los chicos y chicas de nuestras latitudes la idea del baño les produce una excitación tan fuerte que generalmente tiene que expresarse con gritos, chillidos y muchas risas.
Sentir la llamada del agua, zambullirse en un medio «blando» y extraño, reaccionar ante la nueva temperatura que envuelve todo nuestro cuerpo, flotar, sumergirse, sentirse ingrávido, salir para volver a saltar y caer descomponiendo la figura de mil maneras divertidas, todo ello es sencillamente genial.
En un río, en el mar, en la piscina, para nosotros la hora del baño es un momento que despierta una enorme alegría, como si en cada chapuzón un montón de deseos retenidos durante el invierno se viesen cumplidos de sopetón y entonces la risa estalla porque no hay otra manera de expresar tanto placer y felicidad.
