En marzo de 1874, exactamente el día 24, nació en Budapest (Hungría), Erik Weisz, quien llegaría a ser conocido como El Gran Houdini. A los 4 años emigra con su familia a los Estados Unidos de América y ya a los 9 participa como contorsionista y trapecista en una función circense que monta con unos amigos. A los 13 años, de nuevo con toda su familia, se traslada a Nueva York donde alterna varios trabajos con los que ayuda a la economía de casa con el estudio de la magia. Por entonces llega a sus manos un libro del mago francés Jean Eugène Robert-Houdin fallecido hacía pocos años, quien se convierte en su ídolo y de quien tomará su nombre artístico.
En el éxito de Houdini influyen sin duda su permanente formación en temas de magia (llegó a recopilar una magnífica biblioteca que aún se conserva) y una preparación física excelente, todo lo cual le capacitaba para realizar no sólo trucos de cartas y variedades, sino también escapadas capaces de cortar la respiración a los espectadores en situaciones que rozaban el límite de la resistencia humana y por las que se hizo mundialmente famoso.
Houdini popularizó el truco de la Metamorfosis, ése en el que el mago se intercambia con su bella ayudante después de meterse en un saco, atado y luego en un baúl de donde sale al poco, pero también escapó de cajas fuertes, contenedores de agua, cárceles varias o camisas de fuerza. Uno de sus accidentes más graves parece ser que le ocurrió tratando de salir de un barril de cerveza (hip!).
En una ocasión, y sólo en una, realizó su “Salto al vació” arrojándose pies hacia arriba y sin ayuda de ningún artificio desde lo alto del Empire State: se cuenta que tras su rebote se desvanecía lentamente en el aire mientras saludaba a la multitud que lo contemplaba.
Pero el paso del tiempo no perdona ni a los magos y sus capacidades físicas fueron mermando con los años y sus apuestas arriesgadas las pagaba su cuerpo con dolores más frecuentes. Probó entonces fortuna en otras actividades como el cine o la aviación y en 1910 es el primer hombre en sobrevolar Australia.
En 1926, con 52 años, su cuerpo ya maltratado de por sí, no digiere unos puñetazos que le propina en un nuevo reto un brutote boxeador universitario, lo que pudo haberle ocasionado la peritonitis de la que murió. Enemigo de charlatanes de lo paranormal, dejó a su mujer unas palabras clave que le diría si algún día se pusiese en contacto con ella desde el otro lado y si bien muchos espiritistas dijeron haber comunicado con Houdini, hay que decir que su mujer nunca recibió la contraseña acordada. Él no volverá, ni sus fantásticas actuaciones cuyos secretos están bien guardados.