Parece que los cánticos y plegarias a Manitú de estos días pasados han sido escuchados y, para el día que teníamos programada salida a la Playa de Rodiles, lucía un sol como una tortilla de patatas.
La tolerancia es un concepto muy fácil de expresar, pero muy difícil de ejercer. Los niños suelen practicarla de manera espontánea, saltan las barreras con facilidad (del idioma, de culturas, de hábitos y costumbres), es a medida que nos hacemos adultos cuando estas barreras se van volviendo más infranqueables. Esto de la educación es una partida de ping-pong en la que ambas partes, educando y educador, se ven involucrados por igual; en este caso, ésta de la tolerancia es una enseñanza que a diario nos regalan los chavales a los más mayores, más prejuiciosos (“repunantes”, le dicen en Asturias) y “tiquismiquis” (le dicen en Castilla). Esto nos recuerda cada día que, si uno no cierra las puertas, nunca es tarde para aprender a ser más tolerante con la diferencia (de lengua, de cultura, de hábitos y costumbres…).
Bajo el sol de Rodiles, en la arena, los chicos alemanes y españoles se desenvuelven como si se conocieran de toda la vida, como si los casi 1.500 km. que les separan fueran un saltito, como si no hicieran falta sus diferentes palabras. El juego une mucho, y estos chicos no paran de jugar. En la playa, para regocijo de las personas ajenas al campa, los Nhortes despliegan toda su imaginación con una serie de juegos, a cual más divertido. Rodiles es una playa estupenda para estos juegos, por su amplitud (casi un kilómetro de playa) y su limpísima arena.