El año que ahora acaba pasará a la historia de nuestro país cono un año glorioso en términos deportivos. Al fabuloso éxito de la selección española de fútbol en el trofeo mundial del deporte rey, o sea en lo más grande de lo más grande (final que por cierto vimos en el campamento con gran emoción), hay que sumar los triunfos en todas las categorías del motociclismo, los de nuestro buen amigo Nadal en lo suyo, en ciclismo, automovilismo, atletismo, natación y un largo etcétera.
A los grades y sonados premios se suman las enormes satisfacciones conseguidas gracias al deporte en aquellos minoritarios como puedan ser los bolos, en ligas de jóvenes deportistas, en gestas por mantenerse en la categoría y hasta en rivalidades de colegio. Sí, no cabe duda, el deporte es algo muy grande cuya práctica, por si fuera poco, es muy recomendable y ayuda a estar más sano.
Por eso este 2010 se cierra en España con un buen disgusto por el descubrimiento de una importante red de dopaje cuyos detalles se encargarán de proporcionar la justicia y todos los medios de comunicación y programas en busca de escándalos.
Más allá de justificaciones y de decepciones patrias y desde luego por encima de quienes están dispuestos a defender lo inocuo (o sea, que no hace daño) de sustancias con nombre de fármaco de engorde, hemos de defender el juego limpio en toda su extensión, lo que comienza por ajustarse a las reglas y las reglas prohíben el doping como prohíben coger la pelota con la manos al delantero de fútbol: sencillamente eso es trampa.