La isla a la que nos acercamos cada verano es también el escenario de un pequeño encuentro otoñal en el que nuestros lazos con la gente corsa y con su modo de vida tradicional se estrechan.
Si en verano nuestra actividad gira fundamentalmente alrededor del mar y las playas, preferimos en esta época subir a los bosques de castaños en lo más alto de la isla y allí emplearnos un poco en las duras actividades que entretienen a los corsos, siempre asociadas a la vida en la naturaleza. Este año, además de participar en la ya tradicional recogida de la castaña, tuvimos la oportunidad de conocer de cerca la confección de un embutido tradicional , el figatellu, siempre en el marco de la agricultura biológica.
Marchar de Córcega siempre es triste, por fortuna ya estamos pensando en volver el verano que viene para disfrutar de nuevo de esta isla marvillosa.