La aportación más original de Stevenson a las historias de piratas es la existencia de un tesoro enterrado en una isla. Según parece no era costumbre entre los piratas enterrar sus riquezas y abandonarlas para volver a recogerlas luego y sí más bien el gastarse la parte correspondiente del botín lo más deprisa posible en placeres inmediatos.
En La Isla del Tesoro el astuto John Silver aconseja a los suyos en varias ocasiones saber guardar parte del dinero ganado y llevar una vida sin grandes caprichos para así tener de donde ir tirando en los momentos difíciles. Sin embargo el pirata descerebrado vivía en el corto plazo y era poco de ahorrar cuando había abundantes barcos con ricas cargas que asaltar.
Por otra parte el botín no siempre consistía en monedas de oro y plata y el pirata podía verse pagado con telas, vasos, espadas y con suerte alguna botella de ron, de modo que comerciaba luego con ello, generalmente mal, y se gastaba pronto el dinero sin pensar en juntarlo con lo de otros compañeros en algún cofre o caja de ahorros, cuyos ingresos pudiesen hacer desaparecer otros piratas más despiadados.
En fin amigas y amigos, voy a dejar estas reflexiones que me llevan sin duda a otras más actuales con las que no os quiero aburrir y en su lugar os dejo una imagen con algunas de las monedas más codiciadas de la época (siempre la codicia), como la Guinea Inglesa, el Doblón Español y, como no podía ser menos, abajo a la derecha, la Moneda o Pieza de a Ocho que incesantemente volvía a la boca del capitán Flint, el loro de Silver.