En el año internacional de la astronomía y en el año nhorteño de la magia parece inevitable citar a este señor que ha pasado a la historia de la humanidad por las 3 leyes que explican el movimiento de los planetas alrededor del sol.
Nacido en 1571 y coetáneo de Galileo, Kepler fue un científico serio, un gran astrónomo y matemático dedicado a medir el cielo y a buscar las respuestas sobre un cielo, que el creía que estaba construido de acuerdo a leyes sencillas y bellas que hacían de él un todo armonioso y dulcemente sonoro. De esa armonía debían también participar los seres humanos por lo que los astros debían influir en las vidas de las personas.
Esta idea no sólo le resultó interesante muchos años sino que además le dio de comer otros muchos, pues buena parte de su vida ejerció de astrólogo haciendo predicciones para gente que se lo podía pagar: en Praga ejerció de consejero imperial para Rodolfo II lo que seguramente le atraía más que sus labores como matemático.
Con el tiempo Kepler fue alejándose más de la creencia en el poder sugerente de los astros y anteponiendo los resultados de sus observaciones al telescopio y de sus cálculos. Además en 1615, su madre de 68 años, que había sido toda su vida curandera y sanadora (en tiempos en los que no había ambulatorios en cada barrio, como ahora) es acusada de brujería y encarcelada y el mismo Kepler tiene que encargarse de defenderla en un largo proceso que duraría 6 años y del que suponemos saldría harto del mundo de las supersticiones.
Con Johannes Kepler vivimos un paso fundamental en la separación de la ciencia y de la magia, el cual tuvo lugar en su misma persona.