Hoy presentamos a otra protagonista de la edad de oro de la magia, nacida en Londres en 1853. Llamada por el mundo del espectáculo, Adelaide comenzó como bailarina del vaudeville hasta que en un viaje en barco rumbo a los Estados Unidos de América conoce al mago Alexander Herrmann, al que se unirá como esposa y como ayudante en sus espectáculos durante 20 años.
En 1896, tras la muerte del manirroto de su marido (“gastizu” dicen en Asturias), Adelaide se une a un sobrino y protagoniza un schow en el que participa como bailarina y como maga, realizando los trucos que había aprendido con su marido y otros originales diseñados para ella. Sólo 3 años después inicia su carrera en solitario dándose a conocer como “La reina de la magia”.
Actuó en los escenarios más famosos del momento como el Folies- Bergères de París, el Hippodrome de Londres o el Wintergarten de Berlin. Fue admirada por la cuidada escenografía de sus espectáculos, por su apariencia siempre jovial (que llegó a hacer pensar que consumía algún elixir de la eterna juventud) y por lo asombroso de algunos de sus números entre los que cabe destacar “La decapitación” al que pertenece el anuncio y en el que Adelaide cortaba la cabeza de su ayudante que milagrosamente seguía con vida, o “El vuelo del elegido” en el que la maga hacía pasar a su ayudante de una caja otra con sólo un golpe de su varita mágica.
Además fue una de las pocas personas en el mundo dispuestas a ejecutar el truco de “La bala atrapada” en el que hasta 15 magos han perdido la vida, según consta con nombres y apellidos en los anales mágicos. Pues bien, por carteles de la época parece que Adelaide llegaría a atrapar hasta 6 balas disparadas por militares locales, cuando en el truco normal bastaba con detener una, esos sí, con los dientes. No obstante hay que decir que los carteles de la época, que merecerían un capítulo particular, exageraban en ocasiones para despertar lo más posible el interés del espectador.
Las biografías de “La reina de la magia” destacan el esfuerzo y el espíritu de superación personal que presidieron la vida de esta gran mujer que murió en Nueva York a los 79 años de edad (1932), en un hotel de Manhattan rodeada de los recuerdos de una vida apasionante.