Todos en el campamento están definitivamente inmersos en la magia del Nhorte. Caminas por la campa y te cruzas con todo el profesorado de Harry Potter…pero también con Magic Johnson, Mágico González, Legolas… El comedor era Howards talmente, y lo que buscaban estos chicos en frenética actividad debía ser muy parecido a la Piedra Filosofal, y encima la encontraban.
La piscina de repente eran aguas turbulentas surcadas por una pandilla impresentable de piratas o, camino del Capitolio, junto al magnolio, una chispita más mayor le ayudaba a atarse los cordones a otro más pequeño. Y contagiados de la magia, todos cantaban extrañas canciones y cómplices chascarrillos. “¿Cuántos Paisanines te quedan?”, preguntaba un Cometa a otro. O Dani, un Eco veterano, me contaba que, a pesar de sus dificultades, había aprobado su curso de electromecánica, y que si podía volver al año que viene, a pesar de tener 19 años…todo se andará Dani, todo se andará.; la magia, como la fe, mueve montañas. Y el sol se despedía como sin ganas de irse, y nos regalaba un atardecer de esos de las postales, con la silueta de las vacas del vecino en el horizonte. Y suena la campana que invita a recoger el primer plato en el comedor y reparo en que llego tarde a cenar, como un Zulu que persigue a otra Zulu que le acaba de quitar un pañuelo…y vete tú a saber si también el corazón.
Va a costar despedirse de esto.