Tras los deseos de paz y felicidad que caracterizan los finales de año, los primeros compases de enero vienen acompañados de las profecías de aquellos que avanzan cómo será la economía de este 2016, qué famoso o famosa se casará o tendrá hijos, cuánto lloverá, e incluso si será esta vez cuando encontremos el amor verdadero.
Desde la más remota antigüedad existen adivinos y adivinas porque el hombre siempre ha sentido curiosidad por conocer lo que le espera. Entre los visionarios de leyenda todos recordamos a José pronosticando al faraón siete años de abundancia a los que seguirían 7 de escasez, al ciego Tiresias protagonista en la tragedia de Edipo, consultado también por Ulises sobre su viaje de regreso a Ítaca.
Parece ser que el legendario Nostradamus dejó dicho en 1555 que en este año conoceríamos la peor erupción del Vesubio, el final de los impuestos y la comprensión del lenguaje de los animales: yo hay al menos una que no me creo y con mis gallinas hablo casi a diario…
En nuestros días, pese al enorme número de seguidores con el que cuenta la adivinación, faltan mitos del género. Puede que sea porque la historia ha demostrado ya muchas veces que el porvenir está abierto y nos depara lo que vayamos sembrando por el camino.