El tiempo quiso despedirse de los acampados de este turno regalandonos un día estupendo para hacer cualquier actividad: buena temperatura y lo suficientemente nublado como para no derretirse al sol. Un sol que no hubiera podido secar las lágrimas que en el último Ateneo vertieron quienes compartieron diez días de juego, risas, algún llanto y sobre todo mucha magia, esa que nos permite comprobar un año más que, desde los más chicos a los más grandes, muestran lo mejor de sí mismos cuando se les trata con afecto y respeto a partes iguales, cuando no hay trampa ni cartón, cuando la paciencia y la tolerancia presiden cada una de nuestras acciones educativas.
Por la mañana, la rivalidad de los tradicionales partidos de Nhortes contra acampados coparon la mayor parte del protagonismo de la actividad, pero aun quedó tiempo para realizar la encuesta anónima que les pasamos para que valoren todos y cada uno de los servicios y aspectos del campamento y sus monitores, y para ir recogiendo las cosas.
Y luego, el Ateneo, ese en el que nos vemos las caras quienes –siendo exactamente los mismos- nunca más volveremos a coincidir. Y los chicos lo saben, y por eso lloran, por eso y porque están pletóricos de vida, de emociones, de energía.
Se despide el día con el Fuego de Campamento en el que, alrdedor de la magia de las llamas, todos tienen una última ocasión de expresar sus sentimientos a modo de despedida. Y mañana todos a casa, a rememorar todo lo vivido, a cantar las canciones, a poner los dientes largos a amigos y familiares de lo bien que lo pasamos… “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va….” Pues fíjate cuando se van 175.